S U D
Santos de los últimos Días, son las siglas que se usa para nombrar a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días en lugar de "mormón".
Un día, Jesús contó un relato (o parábola) sobre un pastor que amaba tanto a sus ovejas, que incluso estaba dispuesto a dar su vida para protegerlas. Nosotros somos como las ovejas de ese relato; y el pastor es como nuestro Salvador, Jesucristo. A veces se le llama el Buen Pastor.
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QUIENES SON LOS MORMONES
Los mormones son miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos Días que fue organizada en 1830. Para el ańo 2017 la Iglesia contaba aproximadamente con unos 15.882.417 millones de miembros en todo el mundo. Las Oficinas Generales de la Iglesia están en Salt Lake City, Utah, EE. UU. Los mormones creen en la Biblia y en las enseńanzas de Jesús por medio de revelaciones a profetas y apóstoles modernos. Los mormones creen que su Iglesia es la misma iglesia original que Jesús estableció cuando Él estuvo sobre la tierra (véase Efesios 2:19-20 4:11-14). El nombre (Mormón) es un apodo que surgió por la creencia de la Iglesia en el Libro de Mormón (volumen de Escrituras antiguas reveladas y registradas por profetas en el continente americano al tiempo que se escribía la Biblia en el antiguo continente).
BAJO LA DIRECCIóN DE JESUCRISTO, quince Apóstoles dirigen la Iglesia. A ellos se les considera profetas, videntes y reveladores. El hombre de más antiguedad como Apóstol es el Presidente de la Iglesia; por inspiración él escoge a otros dos Apóstoles como consejeros. éstos tres funcionan como la Primera Presidencia, la cual es el máximo cuerpo gobernante de la Iglesia.
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MENSAJES DE LA PRIMERA PRESIDENCIA
Procuramos aprender de Él; seguirlo; llegar a ser más como Él.
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Al mirar detenidamente a mis antecesores desde el profeta José Smith (1805 1844) hasta el presidente Gordon B. Hinckley (1910 2008), pensé: “Qué agradecido me siento por la guía de cada uno de ellos”.
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Las personas eran tan amables y afectuosas allí que no pudo evitar preguntarse: “&¿acute;Qué clase de iglesia es esta&?acute;”.
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“¡Oh, Seńor!”, escribió, “soy un hombre de lengua balbuciente y totalmente incapaz para tal obra”.
No obstante, el élder Kimball aceptó el llamamiento, y ańadió: “… esas consideraciones no me desviaron del sendero del deber; desde el momento que comprendí la voluntad de mi Padre Celestial, tomé la determinación de vencer todos los obstáculos, confiando en que él me apoyaría con Su poder omnipotente y me investiría con la capacidad que necesitaba”.
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El rabino y el fabricante de jabón
Hay un viejo relato judío sobre un fabricante de jabón que no creía en Dios. Un día, mientras caminaba con un rabino, dijo: “Hay algo que no puedo entender; hemos tenido la religión durante miles de ańos, pero por dondequiera que uno mira hay maldad, corrupción, deshonestidad, injusticia, dolor, hambre y violencia. Parece que la religión no ha mejorado el mundo en absoluto. Así que le pregunto, &¿acute;de qué sirve&?acute;”.El rabino no respondió durante un tiempo, sino que siguió caminando con el fabricante de jabón. Finalmente se acercaron a un parque donde los nińos, cubiertos de polvo, jugaban en la tierra.
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&¿acute;Les sorprendería saber que el presidente Monson pronunció esas palabras hace cincuenta ańos&?acute; Si en ese entonces nos encontrábamos acampados contra un arsenal sin precedentes de maldad, &¿acute;cuánto más nos amenaza el mal hoy en día? Por una buena razón, el Seńor ha dicho de nuestra dispensación: “… he aquí, el enemigo se ha combinado” (D. y C. 38:12).
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Después de que se expresaron los encomios fúnebres y se realizó el trayecto al cementerio, los familiares adultos revisaron las escasas pertenencias que la madre había dejado. Entre ellas, Louis descubrió una nota y una llave; la nota decía: “En el dormitorio de la esquina, en el cajón de abajo del tocador, hay un pequeńo cofre que contiene el tesoro de mi corazón. Esta llave lo abrirá”.
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No creo que alguien pueda desarrollar una reputación de ser un arquero hábil al tirar a una pared vacía y luego dibujar los blancos alrededor de las flechas. Debe aprender el arte de encontrar el blanco y tirar al centro del blanco.
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Presidente Thomas S. Monson
El presidente Thomas S. Monson presta servicio como el décimo sexto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde el 3 de febrero de 2008. Desde el 10 de noviembre de 1985 había servido como consejero de la Primera Presidencia de la Iglesia. En fecha más reciente, el 12 de marzo de 1995, fue apartado como Primer Consejero del presidente Gordon B. Hinckley. Antes de eso, el 5 de junio de 1994, fue llamado a ser el Segundo Consejero del presidente Howard W. Hunter, y el 10 de noviembre de 1985, Segundo Consejero del presidente Ezra Taft Benson. Fue sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles el 4 de octubre de 1963 y ordenado a Apóstol el 10 de octubre de 1963, a la edad de 36 años.
De 1959 a 1962, el presidente Monson sirvió como presidente de la Misión Canadiense de la Iglesia, con sede en Toronto, Ontario. Antes de eso, sirvió en la presidencia de la estaca Temple View en Salt Lake City, Utah, y como obispo del Barrio 67 de esa misma estaca.
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HOLA A TODOS
Hace unos años me encontraba sentado en el salón del Templo de Salt Lake, donde la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles se reúnen una vez a la semana. Contemplé la pared que se halla frente a la Primera Presidencia, y allí observé los retratos de cada uno de los presidentes de la Iglesia.
Al mirar detenidamente a mis antecesores —desde el profeta José Smith (1805–1844) hasta el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008)—, pensé: “Qué agradecido me siento por la guía de cada uno de ellos”.
Estos son grandes hombres que nunca titubearon, nunca flaquearon y nunca fallaron; son hombres de Dios. Al pensar en los profetas modernos que he conocido y querido, recuerdo sus vidas, sus atributos y sus inspiradas enseñanzas.
El presidente Heber J. Grant (1856–1945) era el Presidente de la Iglesia cuando yo nací. Al contemplar su vida y sus enseñanzas, creo que una cualidad que el presidente Grant siempre ejemplificó fue la persistencia; la persistencia en las cosas que son buenas y nobles.
HOLA A TODOS
Hace unos años me encontraba sentado en el salón del Templo de Salt Lake, donde la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles se reúnen una vez a la semana. Contemplé la pared que se halla frente a la Primera Presidencia, y allí observé los retratos de cada uno de los presidentes de la Iglesia.
Al mirar detenidamente a mis antecesores —desde el profeta José Smith (1805–1844) hasta el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008)—, pensé: “Qué agradecido me siento por la guía de cada uno de ellos”.
Estos son grandes hombres que nunca titubearon, nunca flaquearon y nunca fallaron; son hombres de Dios. Al pensar en los profetas modernos que he conocido y querido, recuerdo sus vidas, sus atributos y sus inspiradas enseñanzas.
El presidente Heber J. Grant (1856–1945) era el Presidente de la Iglesia cuando yo nací. Al contemplar su vida y sus enseñanzas, creo que una cualidad que el presidente Grant siempre ejemplificó fue la persistencia; la persistencia en las cosas que son buenas y nobles.